A la pregunta q tal te encuentras respondió asintiendo con un encogimiento de hombros y hundimiento de su cabeza en su cintura escapular. No insistí, aquel gesto fue suficiente para entender q estaba mucho mejor de sus dorsales y algo peor de ánimo.
Realicé la sesión de terapia sin hablar yo tampoco, respetando su tempo, salvo para dar las ordenes precisas para la misma y con mucho cuidado, como pisando de puntillas. Decidí acabar la sesión con una técnica fascial de manos cruzadas abordando de la zona lumbar a la interescapular. Respete los pasos sincronicé mi respiración con la de Carla, puse en tensión el sistema y esperé. Mis manos empezaron a hundirse en la mantequilla de sus paravertebrales. Seguí a la reina fascia. Y esperé. Observé. Y continuaba esperando. Un calor atroz me abrasó las palmas y reacio a retirar las manos del torso de la paciente, me armé de valor como si tratara de apagar un fuego en el infierno. La temperatura se estabilizó ya no quemaba. De pronto Carla rompió a llorar. Yo seguía allí sin retirar las manos de las ascuas. No dijo nada, sólo lloraba. Traté de controlar la situación, llora, llora, pero seguia allí, atento. Ella seguía en prono sin hablar, sus lágrimas hablaban por ella. Después de un rato, le pregunté como se encontraba. Me dijo q mejor, mucho mejor.